Como en las dos predicaciones anteriores no llegamos más que hasta el vr. 4 del capítulo 42 del libro del Profeta Isaías, seguiremos también hoy con esa profecía, empezando del vr. 5 en adelante; dice así: “Así dice el Dios Jehová, el Creador de los cielos, y el que los extiende; el que extiende la tierra y sus verduras; el que da respiración al pueblo que mora sobre ella, y espíritu a los que por ella andan.” Bienaventurada la persona que ha puesto su confianza en este Dios Creador, invisible, e inmortal, en este Dios que extiende los cielos como una cortina.
Conviene que pongamos suma atención al dicho: “El Creador de los cielos, y el que los extiende”. En esas palabras se confirma que hay más de un cielo, se confirman, pues, nuestras predicaciones anteriores al respecto.
En Génesis, cap. 1, vr. 9, dice: “Y dijo Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos, en un lugar y descúbrase la seca; y fue así”.
Siguiendo con este asunto de los cielos, donde por la palabra apostólica entenderemos que hay más de un cielo, y a la vez que el reino de los cielos no será en este planeta nuestro, por lo tanto, se confirma todo lo antes dicho.
Leeremos la Segunda Epístola Universal de San Pedro Apóstol, cap. 3, vr. 5 hasta terminar. Dice así: “Cierto ellos ignoran voluntariamente, que los cielos fueron en el tiempo antiguo, y la tierra que por agua y en agua está asentada, por la palabra de Dios; por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua. Mas los cielos que son ahora, y la tierra, son conservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio, y de la perdición de los hombres impíos. Mas, oh amados, no ignoréis esta una cosa: que un día delante del Señor es como mil años y mil años como un día. El Señor no tarda su promesa, como algunos la tienen por tardanza; sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Mas el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella están serán quemadas. Pues como todas estas cosas han de ser deshechas, ¿qué tales conviene que vosotros seáis en santas y pías conversaciones, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos siendo encendidos serán deshechos, y los elementos siendo abrasados, se fundirán? Bien que esperamos cielos nuevos y tierra nueva, según sus promesas, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, oh amados, estando en esperanza de estas cosas, procurad con diligencia que seáis hallados de él sin mácula, y sin reprensión, en paz. Y tened por salud la paciencia de Nuestro Señor; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito también; casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para perdición de sí mismos. Así que vosotros, oh amados, pues estáis amonestados, guardaos que por el error de los abominables, no seáis juntamente extraviados, y caigáis de vuestra firmeza. Mas creced en la gracia y conocimiento de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.”
Este es el hablar apostólico y creo que confirma en un todo nuestras predicaciones anteriores, de lo que nos gloriamos en Nuestro Señor Jesús, que nos llamó a esta alta y gloriosa vocación. Por lo tanto, volviendo otra vez a la profecía de Isaías, vemos que este Profeta y como él todos los del Viejo y Nuevo Testamento, no hablaban palabras huecas o vacías, hablaban la verdad y la justicia de Dios.
El Profeta dice: “El que extiende la tierra y sus verduras”. Cierto es que Dios extendió la tierra cuando la creó y ordenó que producirá hierba verde, hierba que dé simiente, árbol de fruto que dé fruto según su género, que su simiente está en él sobre la tierra. Pero aparte de todo esto, están los verdaderos cielos que son los seres celestes, o sea los ángeles nacidos, engendrados por la palabra Santa de Dios, que se extienden sobre los cielos en formaciones de legiones de ángeles a la orden de Dios.
Así también sobre la tierra, la verdadera tierra; a esa tierra que le habló Dios diciendo (Génesis, cap. 3, vr. 19): “En el sudor de tu rostro te ganarás el pan hasta que vuelvas a la tierra; porque de ella fuiste tomado: pues polvo eres y al polvo serás tornado”.
A esa tierra viviente, que tiene oídos para oír y ojos para ver, a esa tierra habla Dios, no a la tierra que produce hierba, por eso antes les dije que entre tierra hay tierra. Así pues, como los Ejércitos de los cielos se extienden a la orden de Dios, así también es puesto por señal del fin el Escuadrón que no mata, que no usa armas, que no las precisa; porque es el Escuadrón de Dios. El Escuadrón que da vida a todo aquél que cree, el Escuadrón que es puesto por señal del fin y que Elías, Mensajero de Dios formó por indicación del Trino de Amor, formado por esa tierra que debe de ser esparcida sobre esta otra tierra.
Porque debe de venir el esparcimiento alegre y santo de todos los que aman a Dios. No tenemos por qué estar tristes, esperamos al Rey de Gloria, al Mesías, al Salvador del mundo, del mundo bueno, del mundo que ama la justicia de Dios.
Por eso dijo Nuestro Señor (San Mateo, cap. 24, vr. 14): “Y será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo, por testimonio a todos los gentiles; y entonces vendrá el fin”.
Todo, pues, concuerda a una cosa: Isaías, que habla de tierra sobre tierra, porque la gloria es de Dios que da respiración a ese pueblo formado de la tierra y que se extiende sobre la tierra y Espíritu de vida eterna a los que por ella andan. Así que conviene meditar, pensar un poco y ver así la diferencia que hay en estas palabras escritas: el que da respiración al pueblo que mora sobre ella y espíritu a los que por ella andan.
Como decía, concuerda a una misma cosa el dicho de Daniel con el esparcimiento del Escuadrón y con el que extiende la tierra, como dice Isaías. Del mismo modo, las palabras del Gran Maestro Nuestro Señor, cuando dice: “Y será predicado este Evangelio del Reino en todo el mundo”.
Todo está en que sepamos poner en orden estas cosas de Dios.
El versículo 6 del capítulo ya citado, dice: “Yo, Jehová, te he llamado en justicia y te tendré por la mano; te guardaré y te pondré por alianza del pueblo, por luz de las gentes”.
Sin duda alguna, al que Dios llamó en justicia, es a su glorioso Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, porque Él es el Rey de Gloria, llamado también Príncipe de Paz. A Él sólo Dios ha puesto por alianza del pueblo. Sin Él, no llegaremos al Triunfo final. La lucha en este mundo es ardua, es difícil. Sabemos que este Rey de Gloria y Príncipe de Paz, dijo (San Mateo, cap. 11, vrs. del 28 al 30): “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.”
En verdad, que el mundo está trabajado y cargado; trabajado por las muchas y distintas luchas, cargados, dijo el Maestro y creo que no erró, porque la carga del pecado creo que no es poca. ¿Quién se atreve a justificarse delante de Dios? ¿No ven que al ser trasgresores del mandamiento Adán y Eva, desde ahí somos descendientes de pecadores? ¿No dice la Escritura que por el primer Adán vino la muerte, pero por el segundo Adán vino la vida?
¿Quién puede asegurar que por su propia justicia y sin la gracia y la misericordia del Hijo de Dios, se puede salvar del fuego y del infierno? Si es por la ley del Viejo Testamento, está escrito que ninguna carne se justificará. Y fuera de esa ley, si no corremos a los brazos de Cristo Jesús, ¿quién nos puede salvar?
Respetando toda la Biblia y todos los santos de Dios, ¿qué dijo San Pedro en los Hechos, cap. 4, vrs. del 10 al 12? “Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el Nombre de Jesucristo de Nazaret, al que vosotros crucificasteis y Dios lo resucitó de los muertos, por Él este hombre está en vuestra presencia, sano. Este es la piedra reprobada de vosotros, los edificadores, la cual es puesta por cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Gloria a Dios).
En cuanto a María, madre de Jesús, conviene que nosotros aclaremos nuestra posición. Nuestra posición es bíblica, no podemos decir ni más ni menos de lo que está escrito; por lo tanto, hacemos nuestras las palabras del ángel Gabriel, según el Evangelio de San Lucas, cap. 1, vrs. del 26 al 38, dice así: “Y al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David: y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel a donde estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo: bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó de sus palabras, y pensaba qué salutación fuese ésta. Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia cerca de Dios. Y he aquí, concebirás en tu seno, y tendrás un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo: y le dará el Señor Dios el Trono de David su padre. Y reinará en la casa de Jacob por siempre; y de su reino no habrá fin.
Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? porque no conozco varón. Y respondiendo el ángel le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra; por lo cual también lo Santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Y he aquí, Elisabet tu parienta, también ella ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes a ella que es llamada la estéril. Porque ninguna cosa es imposible para Dios. Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase a mí conforme a tu palabra. Y el ángel partió de ella.”
Estas cosas sagradas, las confirma el Viejo Testamento.
Lean, por ejemplo, Isaías, cap. 7, vr. 14, que dice: “Por tanto el mismo Señor os dará señal. He aquí que la virgen concebirá y parirá Hijo y llamará su nombre Emmanuel”.
Este es el Mesías, este es el que fue puesto por alianza del Pueblo, y en ningún otro hay salud. Él es la luz que alumbra en medio de las tinieblas; Él, Cristo Jesús, el Cordero que fue inmolado, tiene la llave del Reino de los Cielos. El que quiera alianza con Dios, reconozca al Rey de Gloria y Príncipe de Paz. Reconozca el que murió, pero que también al tercer día resucitó y está sentado para siempre en los cielos a la diestra de Dios.
Termino esta predicación con las palabras gloriosas del Apocalipsis, cap. 3, vrs. 7 y 8, y vr. 18 hasta terminar. Dice así: “Y escribe al ángel de la Iglesia en Filadelfia: Estas cosas dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre. Yo conozco tus obras: he aquí, he dado una puerta abierta delante de ti, la cual ninguno puede cerrar; porque tienes un poco de potencia, y has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre.” “Yo te amonesto que de mí compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico, y seas vestido de vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo: sé pues celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, yo le daré que se siente conmigo en mi trono; así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su Trono. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.”