Continuación I Gloria de la Profecía

Libro "La Biblia Aclarada", Cap. 33, Tomo 1

Narración: Hno. Mauricio Genolet

En la predicación anterior, hablaba sobre la profecía de Isaías, cap. 42 y afirmaba que esa palabra: “mi siervo”, iba dirigida a Nuestro Señor Jesucristo y exactamente es así; vean ustedes que las mismas palabras del profeta Isaías, son dichas por Nuestro Dios en el Nuevo Testamento; tal es el valor de dicha profecía. Las palabras que por el Espíritu Santo dijo este profeta, son después de varios siglos dichas por Nuestro Dios, Jehová de los Ejércitos.

Las palabras son éstas: “Mi escogido en quien mi alma toma contentamiento”.

Y en San Mateo, cap. 3, vrs. 16 y 17, leemos así: “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma y venía sobre él. Y he aquí una voz de los cielos que decía: Este es mi Hijo amado en el cual tengo contentamiento”.

Así que está bien claro, que ¿en quien más se iba a alegrar el alma de Dios, sino en su escogido, que no podía ser otro que su Hijo Amado?

Ciertamente, creo yo que, razonando, no da lugar a duda alguna que esta profecía está dirigida a Cristo Rey. Más se confirman estas palabras, siguiendo la lectura de dicha profecía: “He puesto sobre él mi Espíritu, dará juicio a las gentes”.

Terminamos de leer que el Espíritu Santo reposó en forma de paloma sobre Nuestro Señor. ¿Quién dio juicio a las gentes? ¿Quién enseñó justicia?

Isaías en su libro, cap. 11, vrs. del 1 al 4, lo dice: “Y saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. Y harále entender diligente en el temor de Jehová. No juzgará por la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oyeren sus oídos; Sino que juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra: y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el Espíritu de sus labios matará al impío.”

Lo sigue confirmando Isaías a Nuestro Señor Jesucristo en su libro, cap. 61, vrs. del 1 al 13; dice así: “El espíritu del Señor Jehová es sobre mí, porque me ungió Jehová; hame enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos abertura de la cárcel; a promulgar año de la buena voluntad de Jehová, y día de venganza del Dios Nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar a Sión a los enlutados, para darles gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar del luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya.”

Ahora, estas mismas palabras se cumplieron cuando Jesús entró en día de sábado, a leer en la sinagoga de los judíos y le fue dado el libro del profeta Isaías, si quieren lo pueden leer en San Lucas, cap. 4, vrs. del 16 al 21. Es de alegrarse en Dios, al poder comprobar la justeza de la Profecía y poder ver así que está muy bien el dicho de Jehová: “No haré nada sin hacerlo saber a mis Profetas.”

Dice Isaías en el vr. 2: “No clamará, ni alzará, ni hará oír su voz en las plazas.” Este hablar me recuerda la otra profecía de este mismo Profeta, cap. 53, vr. 7, donde dice: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca: como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.”

Ahora el cumplimiento de estas profecías podemos leerlo en San Mateo, cap. 27, vrs. del 11 al 14; dice así: “Y Jesús estuvo delante del presidente; y el presidente le preguntó, diciendo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Y Jesús le dijo: Tú lo dices. Y siendo acusado por los príncipes de los sacerdotes, y por los ancianos, nada respondió. Pilato entonces le dice: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? Y no le respondió ni una palabra; de tal manera que el presidente se maravillaba mucho.” “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare: sacará el juicio a verdad.”

Al parecer de la gente, a simple vista, se presentaba como una caña cascada; eso lo dice así el profeta, porque Cristo no hizo gala de su gloria, sino que como lo dice este mismo profeta en su libro, cap. 53, vr. 10: “Con todo eso Jehová quiso quebrantarle sujentándolo a padecimiento. Cuando hubiere puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.”

Cristo también hablando de Juan el Bautista, preguntaba a la gente (San Mateo, cap. 11, vr. 7): “¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña que es meneada del viento?

Ciertamente cuando se burlaban de Cristo (San Mateo, cap. 26, vrs. 67 y 68), “cuando le escupieron en el rostro, y le dieron de bofetadas; y otros le herían con mojicones, diciendo: Profetízanos tú, Cristo, ¿quién es el que te ha herido?

Decía, cuando esto se cumplía, se cumplía la palabra de Isaías: “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare: sacará el juicio a verdad.” Cristo el Señor, el Rey de Gloria, agonizante en la cruz; a esos momentos de angustia, de dolor y de amor, se refiere el profeta de Dios, diciendo: “No apagará el pábilo que humeare”, porque a simple vista, para los que en aquel tiempo nada entendían, aunque ellos estaban creídos que sabían y que conocían las profecías, para ellos a simple vista, repito, les parecía que con la muerte del Rey de Gloria, apagarían la luz que a los ojos de ellos era pobre, comparado por el profeta de Dios, con el pábilo que humeare, pero el profeta bien claro les decía: “No se apagará: sacará el juicio a verdad.”

Creo que el momento exacto de estas palabras proféticas lo podemos leer en San Mateo, cap. 27, vr. 46; dice así: “Y cerca de la hora de nona, Jesús exclamó con gran voz, diciendo: Eli, Eli, ¿lama sabachtani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?

Ese fue el momento culminante, el momento que, por las mismas palabras de Nuestro Señor, se ve que Dios y los ángeles se alejaron de Él para mayor gloria, para cumplirse así lo que estaba escrito: “Espectáculo de amor en el Cielo a los ángeles y a los hombres en la tierra.”

Para que se cumpliese después con toda autoridad y toda gloria lo que estaba escrito: (Hebreos, cap. 10, vr. 9): “Quita lo primero, para establecer lo postrero.” (vr. 7) “Entonces dije: Heme aquí (en la cabecera del libro está escrito de mí) para que hagas, oh Dios, tu voluntad.”

El Salmo profético de David lo confirma. (Salmo 40, vrs. del 6 al 10). Dice así: “Sacrificio y presente no te agrada; has abierto mis oídos; holocausto y expiación no has demandado. Entonces dije: He aquí, vengo; en el envoltorio del libro está escrito de mí: El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado; y tu ley está en medio de mis entrañas. Anunciado he justicia en grande congregación: He aquí no detuve mis labios, Jehová, tú lo sabes. No encubrí tu justicia dentro de mi corazón. Tu verdad y tu salvación he dicho. No ocultaré tu misericordia y tu verdad en grande concurso.”

Con esa gloria de Cristo (y de la Profecía) nos queda aclarar que el Maestro habló en grande concurso de gente, pero habló con sentido de responsabilidad y de la gloriosa misión que traía, no lo hizo nunca, como lo puede hacer una persona vanagloriosa que alza su voz y clama en las plazas nada más que para lucirse y hacer gala de su saber.

El sentido de Cristo era muy distinto y por eso decía: “Gloria de los hombres no acepto”.

Por lo tanto, queda confirmada una vez más la palabra de Isaías, del momento que dejó establecido y sellado con su sangre el nuevo pacto que es el Nuevo Testamento.

Quedó confirmada la palabra del profeta, vr. 4 del cap. 42, donde dice: “No se cansará, ni desmayará, hasta que ponga en la tierra juicio, y las islas esperarán su ley”.

Desde el momento que el Evangelio de Cristo, el Evangelio de la gracia, del perdón, de la misericordia, quedó establecido en la tierra como ley confirmada por la Santa Trinidad, desde ese momento, decía, se cumplió la palabra de Isaías, donde dice: “Hasta que pona en la tierra juicio”.

Porque quieran o no quieran los hombres, el Juicio de Dios está establecido por medio del Evangelio. Nadie escapará del justo juicio de Dios. ¿Qué ley será la que regirá en el Trono de Dios? ¿Qué ley regirá en el Tribunal Celestial?

Está escrito que los que sin ley pecaron, sin ley perecerán, pero los que son por la ley del Viejo Testamento, por esa ley serán juzgados, pues Cristo no interviene. Y los que son por la gracia del Evangelio, por esa ley y esa gracia serán juzgados. Por lo tanto, el que rechace la gracia y la misericordia que sólo viene de Cristo Jesús, ¿qué esperanza puede tener? ¿Quién lo va a defender? Porque Cristo es nuestro abogado, nuestro defensor. Él interviene por nosotros al Padre; quiera Dios que prestemos debida atención a estas palabras del Trino de Amor y nos alleguemos a Cristo como piedra viva, como roca de salud, porque como dijo el Apóstol San Pedro en los Hechos, cap. 4, vrs. del 10 al 12, donde leemos así: “Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, al que vosotros crucificasteis y Dios resucitó de los muertos, por Él este hombre está en vuestra presencia sano. Este es la piedra reprobada de vosotros los edificadores, la cual es puesta por cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del Cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Gloria a Dios).

Dice el Profeta: “Y las islas esperarán su ley”.

El sentido espiritual de estas palabras, el sentido real del lenguaje del Trino de Amor es éste: Dios llama islas a todas las iglesias o congregaciones guiadas de Dios, porque no sé si ustedes saben que en la Biblia, la palabra mar, representa muchedumbre de gente, quiere decir, gran multitud. Entonces en el medio de la mar, de la gran multitud de gente que hay en el mundo, están las islas. ¿Cuáles son las islas? Ya les dije: las Iglesias y congregaciones guiadas de Dios. (Gloria a Dios).

Pero les aclaro una cosa: no crean ustedes que ni el profeta, ni yo, nos referimos a las Iglesias en el material mismo, sean éstas de piedra, de mármol o de plata u oro; el profeta se refería a esa Iglesia viviente, compuesta por la misma gente convertida a Dios y el Cristianismo.

No se olviden que San Pablo dice en 1ra. Corintios, cap. 3, vrs. 16 y 17 así: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?

Si alguno violare el Templo de Dios, Dios destruirá al tal: porque el Templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.”

Así que en medio de la mar de gente, están las islas de Dios. Raro, pero hermoso a la vez es este hablar de Dios. ¿Verdad?

Quiera el Señor que cada oyente, pertenezca a una de estas islas de Dios, para estar así aislados del mundo malo y perdido, pero cerca, bien cerca, del Trino Santo de Amor. (Gloria a Dios).

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