En Isaías, cap. 55, leemos así: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed. Venid, comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero no en pan, y vuestro trabajo no en hartura? Oídme atentamente, y comed del bien, y deleitaráse vuestra alma con grosura. Inclinad vuestros oídos, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David. He aquí, que yo lo dí por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones. He aquí, llamarás a gente que no conociste, y gentes que no te conocieron correrán a ti; por causa de Jehová tu Dios, y del Santo de Israel que te ha honrado. Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos; y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.”
Este es el hablar del Profeta Isaías, por la inspiración de Dios, mediante la guía del Espíritu Santo; él decía: “A todos los sedientos: Venid a las aguas.” Ciertamente el Profeta no hablaba de esta agua común, diremos material, que necesitamos para beber, en fin, para nuestro cuerpo: iban más allá las palabras del Profeta, hablaba de otra agua; así que entre agua, también hay agua.
Del agua que dice Isaías, lo encontramos hablando a Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio según San Juan, cap. 7, vrs. 37, 38 y 39, dice así: “Mas en el postrer día grande de la fiesta, Jesús se ponía en pie y clamaba, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre.
(Y esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él: pues aún no había venido el Espíritu Santo; porque Jesús no estaba aún glorificado).”
Con este hablar de Jesús, podemos darnos cuenta de qué clase de agua hablaba y profetizaba Isaías.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos”, dijo Jesús en el Sermón del Monte. (San Mateo, cap. 5, vr. 6). También encontramos a Jesús conversando con aquella mujer samaritana en el cap. 4 de San Juan, vr. 5, donde dice: “Vino, pues, a una ciudad de Samaria que se llamaba Sichar, junto a la heredad que Jacob dió a José su hijo. Y estaba allí la fuente de Jacob. Pues Jesús, cansado del camino, así se sentó a la fuente. Era como la hora de sexta.
Vino una mujer de Samaria a sacar agua: y Jesús le dice: Dame de beber. (Porque sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer).
Y la mujer Samaritana le dice: ¿Cómo tú, siendo Judío, me pides a mí de beber, que soy mujer Samaritana? porque los Judíos no se tratan con los Samaritanos.
Respondió Jesús y díjole: Si conocieses el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber: tú pedirías de él, y él te daría agua viva. La mujer le dice: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo: ¿de dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dió este pozo, del cual él bebió, y sus hijos, y sus ganados?
Respondió Jesús y díjole: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; Mas el que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed: mas el agua que yo le daré, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. La mujer le dice: Señor, dame esta agua, para que no tenga sed, ni venga acá a sacarla.”
Hermosa conversación la de Nuestro Maestro, en la que podemos sacar en claro la diferencia que había en los dos en cuanto al hablar, porque mientras Nuestro Señor hablaba todo con sentido espiritual, la mujer hablaba y contestaba en un sentido terreno, de acuerdo a lo que veía y sentía.
Del mismo modo sucede ahora a muchos, porque mientras unos hablan espiritualmente, otros se aferran a lo que ven y oyen, volviéndose completamente materialistas, sucediendo por lo tanto, como si dijéramos una repetición de aquella conversación. Ahora es importante recalcar la parte de San Juan, cap. 7, vr. 39, donde dice:
“(Y esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él: pues aún no había venido el Espíritu Santo; porque Jesús no estaba aún glorificado).” Así, vemos que el agua de que hablaba Jesús, no era otra, que el Espíritu Santo, la promesa, el Consolador que recrearía las entrañas y el corazón más que cualquier otra agua. Por eso dijo Isaías en el capítulo al comienzo citado: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed. Venid, comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche.”
Porque hay muchas personas que tienen hambre y sed de justicia, y a éstos llama Nuestro Dios, mediante Nuestro Señor Jesucristo. (Gloria a Dios).
El que bebe del agua terrena vuelve a tener sed, mas el que bebiere del agua que salta para vida eterna, jamás tendrá sed. Por eso hermanos, hay que rogar a Dios que siga enviando la promesa, el Consolador, esa agua viva que salta para vida eterna. También el profeta Ezequiel habla de las aguas salutíferas, que como el Apocalipsis, salían del Trono de Dios y del Cordero.
El que conoce esto, sabe lo que habla y lo que dice, porque como dijo Jesús: “lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos.” (San Juan, cap. 3, vr. 11).
Dice el profeta: “Y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed. Venid, comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche.”
Quiera Dios darnos gracia para poder entender el lenguaje de Dios, por medio de sus profetas. No nos habla Dios de la comida material, sino nos está hablando de la comida espiritual. Porque así como necesitamos la comida cotidiana para alimentar nuestro cuerpo, también tenemos gran necesidad de la comida espiritual, que mediante el Trino nos es ofrecida gratuitamente para alimentar nuestra alma, comida ésta que no es otra, que la palabra de Dios. Por eso dice el profeta: “Venid, comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche.”
Ahora, el dicho: “Venid, comprad”, es necesario ir a donde está el que tiene, porque el que no tiene, nada puede dar. Por lo tanto, hay que ir en busca de aquel que dijo Jesús (San Lucas, 12, vr. 42): “¿Quién es el mayordomo fiel y prudente, al cual el Señor pondrá sobre su familia, para que a tiempo les dé su ración?” Vemos que se trata de una linda compra, sin precio y sin dinero. ¿Por qué dice así el profeta Isaías? Porque ya estaba preparado desde antes de la fundación del mundo el que iba a pagar todo esto a buen precio, a precio de sangre. Así profetizó Isaías y así habló como en parábola de Nuestro Señor Jesucristo. Cristo pagó lo que Isaías, de parte de Dios ofertaba, sin precio y sin dinero. Cristo pagó nuestras culpas y pecados con su vida y su preciosa sangre, ofreciéndose en holocausto una vez sola, para remisión de pecado a todo aquel que cree.
Ofertaba Isaías en su profecía vino y leche. Mucha diferencia hay entre el vino y la leche, pero las dos cosas son necesarias.
A los niños, por ejemplo, hay que darles leche, y así habla San Pablo en su 1era. Epístola a los Corintios, cap. 3, vr. 1. Dice así: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo.
Os dí a beber leche, y no vianda: porque aún no podíais, ni aún podéis ahora; Porque todavía sois carnales: pues habiendo entre vosotros celos, y contiendas, y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?”
También Pablo, a los Hebreos, cap. 5, vr. 12 hasta terminar, dice: “Porque debiendo ser ya maestros a causa del tiempo, tenéis necesidad de volver a ser enseñados cuáles sean los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tengáis necesidad de leche, y no de manjar sólido.
Que cualquiera que participa de la leche, es inhábil para la palabra de la justicia, porque es niño; Mas la vianda firme es para los perfectos, para los que por la costumbre tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.”
Así es que aclara San Pablo, que espiritualmente la leche es la palabra del comienzo, dada al creyente con sumo cuidado, hasta que esté al tanto del conocimiento del misterio de Dios.
En vez el vino, en la palabra de Dios y en la profecía, es otro el valor simbólico.
Es conocido en cuanto a la Santa Cena o en la comunión como figura de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Y así es, porque cuando Nuestro Señor celebró la Pascua con sus discípulos, leemos en San Mateo, cap. 26, vrs. 26 al 29 de esta manera: “Y comiendo ellos, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dió a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed, esto es mi cuerpo.
Y tomando el vaso, y hechas gracias, les dió, diciendo: Bebed de él todos; Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, la cual es derramada por muchos para remisión de los pecados.
Y os digo, que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día, cuando lo tengo de beber nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.”
Esta es la Santa Cena y la Comunión, conforme la celebró Nuestro Señor Jesucristo con el pan y el vino, y así también la celebramos nosotros. (Gloria a Dios).
Por esta causa vino la confusión para los judíos, porque al sentirle decir a Nuestro Señor así: “El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él” (San Juan, cap. 6, vr. 56).
Entonces ellos decían: “¿Cómo puede éste darnos su carne a comer?” (vr. 52).
Jesús decía (vr. 58): “Este es el pan que descendió del cielo: no como vuestros padres comieron el maná, y son muertos: el que come de este pan, vivirá eternamente.”
“Y muchos de sus discípulos oyéndolo, dijeron: Dura es esta palabra: ¿quién la puede oír?” (vr. 60). Pero lo que sucedía, era una sola cosa: mientras Nuestro Señor hablaba espiritualmente, simbólicamente y como si dijéramos en parábolas, los judíos lo interpretaban conforme lo oían, y por eso se escandalizaban.
Pero como ellos se creían maestros, Jesús insistía diciendo:
“¿Esto os escandaliza? ¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre que sube donde estaba primero?”
Así que mientras se les presentaba esa confusión, por la forma de hablar de Nuestro Señor, por otra parte se presentaba el verdadero Holocausto y la verdadera Pascua. (Gloria a Dios).
Pero volviendo a Isaías, vemos que no solamente el vino simboliza y representa la Sangre de Cristo en el momento sagrado de la Santa Cena, sino que también simboliza el vino, el Espíritu Santo, y sino veamos cuando los Apóstoles recibieron el Consolador, como leemos en los Hechos, cap. 2, vr. 12, que dice:
“Y estaban todos atónitos y perplejos, diciendo los unos a los otros: ¿Qué quiere ser esto? Mas otros burlándose, decían: Que están llenos de mosto.”
Pero Pedro contesta a esos dichos en el vr. 15 con estas palabras: “Porque éstos no están borrachos, como vosotros pensáis, siendo la hora tercia del día. Mas esto es lo que fue dicho por el profeta Joel: Y será en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; y vuestros mancebos verán visiones, y vuestros viejos soñarán sueños: Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.”
Quiere decir entonces, que el vino simboliza el otro extremo de lo que es la leche.
Porque mientras la leche representa la palabra fácil, no la profundidad ni la ciencia, el vino está para simbolizar poder, grandeza, Potencia de Dios, como fue el día de Pentecostés; y como lo nombra en los Cantares del Rey Salomón, entra en lo grande, profundo, donde el cristiano se puede recrear en el misterio y el secreto de Dios.
Así es que el que tiene hambre y sed de justicia, es necesario que en todo sentido, busque a nuestro Señor Jesucristo, que Él sí, lo puede saciar. Pero para esto, es necesario encontrar el camino, como está escrito (San Juan, cap. 14, vr. 6): “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí.”