Profeta Como Yo

Libro "La Biblia Aclarada", Cap. 14, Tomo 1

Narración: Hno. Mauricio Genolet

De las predicaciones anteriores, citando el Cantar de Cantares del Rey Salomón y del Apocalipsis, visión de Juan el Teólogo donde habla de la Nueva Jerusalén, vemos que ambos dichos corresponden a una, respecto al Pueblo elegido, porque el Cantar de Cantares es una hermosa profecía sobre el amor de Dios, que también podemos decir el amor del Trino. Digo el amor del Trino, porque como ya he explicado anteriormente, son Tres Pueblos, Tres Obras; y como son ellos Tres Personas Divinas y un solo Dios, corresponde pues, el mismo amor, la misma gracia, porque como está escrito: “por la ley, ninguna carne se justificará.” Y como al final habrá un rebaño y un Pastor, con más razón podemos tomar los Tres Pueblos unificados y si no, igualmente separados, pero reconociendo al fin la unión inmortal de los Pueblos del Trino, con el triunfo final. Así es que en los Cantares habla del Esposo y de la Esposa, que no es otra cosa que el Pueblo que representa la Iglesia, por eso dice (Hechos, cap. 7, vr. 49): “El cielo es mi trono, y la tierra es el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo?” Así es que tenemos que entender que la Iglesia, la formamos nosotros mismos, los vivientes y creyentes; ahora el Esposo, ese Nombre a nadie corresponde mejor que a Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; a nadie mejor que a Él corresponde ese nombre, porque Él es el Cristo, el Mesías, Él es el Salvador del mundo, del mundo bueno: por él dio su vida y su preciosa sangre; por lo tanto, en esta expresión amable y tan dulce de los Cantares, nos podemos imaginar qué hermoso reinado será aquél. Un reinado de amor, de dulzura, de calma, un reinado de paz, que jamás se ha visto un Rey y un Reino tan igual. ¿Cómo podía dejar Dios, su Obra inconclusa? Porque, ¿qué representa este ir y venir de vivientes a través de los siglos y tantos tropezones en el camino, tantas luchas y amarguras, si todo quedara así? ¿Qué representa la Obra de Dios, el sacrificio de Cristo? ¿No sería acaso una Obra inconclusa? Por eso dijo San Pablo sobre los que no creían en la resurrección (cap. 15, vr. 32, de 1ª Corintios): “Si como hombre batallé en Efeso contra las bestias, ¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos.” Como ustedes pueden apreciar, el Apóstol afirma lo mismo que decimos nosotros, tomando de lo suyo. Se trataría de una Obra inconclusa y sin razón de ser, porque ¿qué vale la lucha y el trabajo, si cuando se quiere arreglar se muere? Pero en vez, con la justa razón y esperanza viva de una vida mejor, en los cielos, una vida de amor y eterna, entonces sí vale la pena luchar, sufrir, soportar los distintos pasajes amargos de este mundo, sabiendo que Dios sabrá recompensar muy bien nuestras obras, paciencia, fe, templanza, bondad, caridad y amor al prójimo. Con esta esperanza y fe viva en Dios, se hace más liviana la carga, como dijo Jesús y leemos en San Mateo, cap. 11, vr. 28: “Venid á mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.”

También confirma nuestro hablar la parábola de Jesús del rico y Lázaro (San Lucas, cap. 16, vr. 19 hasta terminar). Dice así: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, el cual estaba echado á la puerta de él, lleno de llagas, y deseando hartarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. Y aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham: y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el infierno alzó sus ojos, estando en los tormentos, y vio á Abraham de lejos, y á Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía á Lázaro que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque soy atormentado en esta llama. Y díjole Abraham: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; mas ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado.

Y además de todo esto, una grande sima está constituida entre nosotros y vosotros, que los que quisieren pasar de aquí á vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. Y dijo: Ruégote pues, padre, que le envíes á la casa de mi padre; porque tengo cinco hermanos; para que les testifique, porque no vengan ellos también á este lugar de tormento. Y Abraham le dice: A Moisés y á los profetas tienen: óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham: mas si alguno fuere á ellos de los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen á Moisés y á los profetas, tampoco se persuadirán, si alguno se levantare de los muertos.”

Como pueden apreciar, Nuestro Señor Jesús, con esta parábola confirma lo antes dicho sobre la justicia de Dios. Ahora, es muy importante recalcar donde dice: “Si no oyen á Moisés y á los profetas, tampoco se persuadirán, si alguno se levantare de los muertos.” Ahora ustedes no recuerdan lo que dijo Moisés en Deuteronomio, cap. 18, vr. 9, donde dice: “Cuando hubieres entrado en la tierra que Jehová tu Dios te da, no aprenderás á hacer según las abominaciones de aquellas gentes. No sea hallado en ti quien haga pasar su hijo ó su hija por el fuego, ni practicante de adivinaciones, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni fraguador de encantamientos, ni quien pregunte á los muertos.

Porque es abominación á Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios las echó delante de ti. Perfecto serás con Jehová tu Dios.

Porque estas gentes que has de heredar, á agoreros y hechiceros oían: más tú, no así te ha dado Jehová tu Dios. Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios: á él oiréis: Conforme á todo lo que pediste a Jehová tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No vuelva yo á oír la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, porque no muera. Y Jehová me dijo: Bien han dicho. Profeta les suscitaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas será, que cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le residenciaré. Empero el profeta que presumiere hablar palabra en mi nombre, que yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá. Y si dijeres en tu corazón: ¿Cómo conoceremos la palabra que Jehová no hubiere hablado? Cuando el profeta hablare en nombre de Jehová, y no fuere la tal cosa, ni viniere, es palabra que Jehová no ha hablado: con soberbia la habló aquel profeta: no tengas temor de él.”

De este pasaje y lectura del libro de Moisés, voy a recalcar algo muy importante; en el vr. 15, Moisés dijo de parte de Dios, así: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios: a él oiréis.” Y los vrs. 17, 18 y 19, dicen: “Y Jehová me dijo: Bien han dicho. Profeta les suscitaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas será, que cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le residenciaré.”

Ahora bien. ¿Cuál es el profeta actualmente de la casa de Dios? ¿Por qué dijo: suscitaré profeta de en medio de sus hermanos, como tú? ¿Cuáles son los hermanos? En el Nuevo Testamento hallamos escrito, por ejemplo, que el diácono Esteban, en su elocuente discurso inspirado del Espíritu Santo, en los Hechos, cap. 7, vr. 37, recuerda este dicho, que Dios levantaría profeta como Moisés. También el Apóstol Pedro confirma este mismo pasaje en el cap. 3, vrs. 22 y 23 de los Hechos, asegurando que el otro profeta era Cristo Jesús, que como lo dice el vr. 23: “Y será, que cualquier alma que no oyere á aquel profeta, será desarraigada del pueblo.”

Estos pasajes citados por Apóstoles, Profetas, Diáconos, tomados del libro de Moisés y aplicados a Cristo, toman una gloria y fuerza sin par, por cuanto el que rechaza al Cordero de Dios que tiene poder de quitar el pecado del mundo, esa alma queda desarraigada del Pueblo Santo, confirmado esto por el Nuevo Testamento y por boca de Moisés. Ahora bien, sabemos que Cristo murió y resucitó al tercer día y se sentó para siempre a la diestra de Dios en los cielos. Somos, por lo tanto, enseñados y dirigidos por la Tercera Persona Divina, que es el Espíritu Santo. Ahora, recorriendo la historia de Israel en todo el Viejo Testamento, encontramos que todas las veces que Dios quiso librar el Pueblo de la opresión, le levantó Profeta y muchas veces, por no decir siempre, le levantó Profeta de entre los más humildes de las tribus, como cuando fue de Gedeón. Jueces, cap. 6, vr. 15, dice así: “Entonces le respondió: Ah, Señor mío, ¿con qué tengo de salvar á Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés y yo el menor en la casa de mi padre.” Así como este pasaje, hay muchos. Por ejemplo, dijo a Jeremías cuando Dios lo mandó a predicar: “Te di por Profeta a las gentes.” En el vr. 6 del capítulo 1 de su libro, él contesta: “Y yo dije: ¡Ah! ¡ah! ¡Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño. Y díjome Jehová: No digas, soy niño; porque á todo lo que te enviaré irás tú, y dirás todo lo que te mandaré.”

Así es que muchos y distintos pasajes atestiguan que Dios tuvo su Profeta en medio de su Pueblo. Ahora, ya sobre el fin, no olvidemos la profecía de Malaquías, cap. 4, vrs. 5 y 6. Dice así: “He aquí, yo os envío á Elías el profeta, antes que venga el día de Jehová grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres á los hijos, y el corazón de los hijos á los padres: no sea que yo venga, y con destrucción hiera la tierra.”

Como pueden apreciar los que han seguido estas predicaciones guiadas del Espíritu Santo, nosotros por gracia del Trino de Amor, hemos documentado varias profecías con su doble valor; con su doble valor, digo, porque los que profetizaron en el Viejo Testamento, o sea, en la Primera Obra, se cumplieron sus dichos en la Obra Cristiana, o sea, la Segunda Obra. Y volvieron a tomar fuerza y valor aquellos dichos de los viejos Profetas judíos también en la Obra del Espíritu Santo, que es la Obra Tercera. Por lo tanto, el dicho de Moisés de Deuteronomio 18, se cumplió con Nuestro Señor Jesucristo. Conforme ya lo hemos citado, Cristo cumplió su Obra y está en los cielos a la diestra de Dios. Estamos en la Obra Tercera, y como Malaquías habló de Elías, creo que también profetizó Moisés con doble valor y para dos tiempos, cuando dijo: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios: á él oiréis.” Y más he de recalcar el dicho: “Profeta, como yo”, porque Cristo era superior a Moisés, por cuanto era una de las Tres Personas del Trino. El nacimiento de Cristo por virtud del Espíritu Santo, el sacrificio que hizo Cristo, nadie lo hizo, teniendo en cuenta que era de la Corte Superior. Por eso está escrito respecto a Cristo, en el Salmo de David, 110:

Jehová dijo á mi Señor: siéntate a mi diestra, en tanto que pongo tus enemigos por estrado de tus pies.”

Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su Hijo?” (Mateo, cap. 22, vr. 45). Por lo tanto, si tuvo valor como tenía que tenerlo el dicho de Moisés en Cristo, busquemos el otro profeta así como él dijo: Otro “Profeta, como yo”, que ya Dios preparó para tener un Pueblo sabio y apercibido para el día del Señor. (Gloria a Dios). Estas palabras hay que estudiarlas con tranquilidad, sin ofuscamiento, con imparcialidad, serenidad, escudriñando las Escrituras en el misterio de las Tres Obras, teniendo en cuenta lo complicado de las Escrituras, sabiendo que esta es la Obra que viene en cadena, como dijo el Predicador, Hijo de David, teniendo en cuenta que esta Obra de Dios a través de los siglos no puede quedar inconclusa: tenía que llegar a su final victorioso y triunfal, con un rebaño y un Pastor, con un Esposo y una Esposa llenos de gloria y amor, cumpliéndose el dicho del Apocalipsis, cap. 21, vr. 4: “y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor: porque las primeras cosas son pasadas.” Entonces, el amor del Trino será manifiesto a su Pueblo, en el reinado tan dulce, tan amable y estupendo que será como el amor del Esposo y la Esposa, sublime, delicado, suave, como Dios hizo hablar por inspiración en el Cantar de Cantares, al Rey Salomón.








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