En esta predicación, hablaremos un poco de los dos pactos, y de las distintas formas y leyes que Dios en su grandiosa sabiduría, supo esconder en el secreto de las Tres Obras. Porque mientras no lleguemos a entender este secreto y misterio, quedará el hombre parado, estancado, esperando lo que no sabe, lo que no entiende. Y esto me recuerda el dicho del Señor:
“Si un ciego guiare a otro ciego, ¿no caerán ambos en el pozo?”
Ahora, la persona que no espera nada, y que ni quiere pensar en la muerte o el más allá, lo sorprenderá la venida del Señor como ladrón en la noche, así está escrito: 1ª Ts., cap. 5, vr. 2.
Es claro que hay cosas difíciles, pero más lo son, por la flaqueza en cuanto al oír, como dice San Pablo a los Hebreos, cap. 5, vr. 11:
“Del cual tenemos mucho que decir y dificultoso de aclarar, por cuanto sois flacos para oír. Pero quiera Dios dar gracia, para que al fin lleguemos a la plenitud del conocimiento del secreto de Dios.”
Díganme ustedes: ¿qué representa el mundo y sus vivientes a través de los siglos? ¿Qué representa el hombre, de paso por este mundo?
No se cumple acaso el dicho del profeta Isaías, cap. 40, vrs. 6, 7 y 8, que dice: “Voz que decía: Da voces, y yo respondí: ¿Qué tengo de dar voces? Toda carne es hierba y toda su gloria como la flor del campo: la hierba se seca, y la flor se cae; porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente, hierba es el pueblo”.
El Apóstol Santiago, dice al respecto (Santiago, cap. 4, vr. 14): “¿Qué es vuestra vida? Ciertamente es un vapor que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.”
Por lo tanto, creo conveniente citar (Romanos, cap. 13, vr. 11): “Y esto, conociendo el tiempo que es hora de levantarnos del sueño, porque ahora nos está más cerca nuestra salud que cuando creímos.”
Exactamente, es hora que meditemos, que saquemos esta cuenta espiritual, porque dijo el Rey Salomón (Eclesiastés, cap. 9, vr. 18): “Vale más la sabiduría que las armas de guerra.”
Es claro que para desatar este misterio, tenemos que entrar profundamente en el secreto de Dios, y con la ayuda del Trino de Amor, entraremos.
Entraremos, sí, porque tenemos un amigo, un gran amigo, ¿lo conocen? Si no fuese por Él estaríamos ajenos a este gran misterio de Dios. Él mismo se nos presentó como amigo, para que se cumpliese el dicho del Profeta Isaías, cap. 65, vr. 1: “Fui buscado de los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: Heme aquí, heme aquí.”
Y en el Evangelio según San Juan, cap. 15, vr. 12, dice: “Este es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que éste, que ponga alguno su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hiciereis las cosas que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; mas os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os he hecho notorias. No me elegisteis vosotros a mí, mas yo os elegí a vosotros; y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis del Padre en mi nombre, Él os lo dé. Esto os mando: Que os améis los unos a los otros. Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me aborreció antes que a vosotros.”
Ya saben entonces ahora, cuál es nuestro amigo, y si, así es, solamente Cristo, nuestro gran amigo, nos podía revelar el secreto al fin de los siglos, mediante la guía del Espíritu Santo. (Gloria a Dios).
El siervo no sabe las cosas de su Señor, pero el amigo sí, porque todas las cosas que quiso revelarlas, las reveló. Pues bien, el hombre trabaja y se afana por sus cosas, sus distintos problemas que se le presentan en la vida, y tiene gran lucha para vivir, y en eso demuestra el hombre su valentía, porque el flojo o débil, abandona la lucha, se entrega y hasta termina atentando contra su propia vida. Así como digo, es de valientes el luchar y perseverar. Porque se presentan distintas luchas, distintos problemas, unos personales, otros familiares, otros nacionales, otros mundiales. Y la criatura humana tiene buen trabajo en qué entretenerse debajo del sol. Y vemos que también esto es bueno, porque no da lugar al ocio ni al aburrimiento. Sabiendo que está escrito: “Vanidad de vanidades, dijo el predicador, porque al final lo que le queda al hombre de su trabajo, en su peregrinación por este mundo, es el comer, el beber y todo lo bueno dentro de lo recto y lo justo, con que supo entender a su Creador.”
Es claro que si la criatura humana hubiese sabido aprovechar mejor la sabiduría, la inteligencia, la ciencia, de muchas amarguras se hubiese podido librar. Por eso dice el predicador (Eclesiastés, cap. 9, vr. 18): “Mejor es la sabiduría que las armas de guerra, mas un pecador destruye mucho bien.”
Hay personas que dedican su vida al estudio, al estudio del bien, y su obra en su vida es hacer bien al prójimo. Anhelan su bien, el de los suyos y el bien general, pero después no falta aquél, que en un rato destruye mucho bien. Por lo tanto, es necesario que la sabiduría y el bien progresen. Y como dice en Eclesiastés: “Cuanto más sabio fue el predicador, tanto más enseñó sabiduría al Pueblo, e hizo escuchar e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios. Procuró el predicador hallar palabras agradables, y Escritura recta, palabras de verdad. Las palabras de los sabios son como aguijones; y como clavos hincados, las de los maestros de las congregaciones, dadas por un Pastor. Ahora, hijo mío, a más de esto, sé avisado. No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio aflicción es de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, el cual se hará sobre toda cosa oculta, buena o mala.” Así que dijo el Rey Salomón, ungido de Dios (porque sabemos que la unción y sabiduría este varón la recibió de Dios). Como decía el ungido de Dios, “el fin de todo el discurso oído es éste: Teme a Dios y guarda sus mandamientos.”
En realidad, es así, porque eso será lo único que lo ayudará en el día del juicio final. Porque si no creyó en el Creador, si lo negó, si se opuso contra Dios, de por sí solo de la gracia se apartó. En vez, si amó a Dios, escuchó, escudriñó, dio Lugar a la sabiduría y ciencia de Dios, entonces así puede empezar a entender el misterio y el secreto de las Tres Obras, que escondida fue en tres partes, como la levadura que tomó aquella mujer, que escondió en tres medidas de harina, hasta que todo quedó leudo. (Gloria a Dios).
Porque eso es lo que representa y simboliza esa parábola. La mujer es la Iglesia, las tres medidas de harina son los Tres Pueblos, o sea, el Pueblo Israelita, el Pueblo Cristiano y el Pueblo del Espíritu Santo.
La levadura es el misterio y secreto en que fueron encerradas las Tres Obras, hasta que todo quedó leudo, o fermentado, pronto como para hacerse el pan. Esa es la explicación y la declaración de la parábola. Por eso es que unos se aferraron solamente al Viejo Testamento y no sabiendo ni viendo que el Viejo Testamento grita a favor del Nuevo Testamento.
Otros dijeron: “El Viejo Testamento no tiene más valor porque ya pasó”, y yo les digo: ¿cómo pasó? Si están las profecías que hablan sobre los tiempos actuales y sobre el fin, ¿cómo pasó? Si hay profecías que van a la par con el Apocalipsis.
Y de la Obra Tercera, ¿qué diremos? ¿Qué fue antes o después, o qué no fue, o la desconoceremos por completo? Y así dominó a través de los siglos, la parábola de las tres medidas de harina, porque la levadura, el secreto, fue escondido hasta el tiempo del fin, para ser revelado a los humildes, porque así le agradó.
Como está escrito: “Te alabo Padre del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas a los sabios de la tierra, y las revelaste a los humildes porque así te agradó”. (Gloria a Dios).
Por eso no haremos nada como hasta ahora, si nos aferramos a una sola cosa. Si nos ajustamos solamente al Viejo Testamento y la Ley, rechazando a Cristo, el Hijo de Dios, ¿cómo entraremos al Reino de Dios, si Él es el camino, la verdad y la vida? Por otro lado: ¿quién guarda la Ley?
La Ley no sabe de perdón ni de gracia; la Ley dice: “diente por diente y ojo por ojo”. ¿Quién guarda la Ley? ¿Quién guarda el sábado como Dios manda? ¿Qué dice el profeta Isaías, cap. 1, vr. 11 hasta el 14? “Para que a mí, dice Jehová, la multitud dé vuestros sacrificios. Harto estoy de holocausto de carneros, y de sebo de animales gruesos; no quiero sangre de bueyes ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demandó esto de vuestras manos, cuando vinieses a presentaros delante de mí para hollar mis atrios? No me traigas más vano presente, el perfume me es abominación; luna nueva y sábado, el convocar asambleas, no las puedo sufrir; son iniquidad vuestras solemnidades, aborrecida tienen mi alma, me son gravosas, cansado estoy de llevarlas”.
¿Por qué Dios, Jehová de los Ejércitos, habla así por boca del profeta Isaías? ¿Qué señal es esa que el mismo Creador dice que “los sacrificios, las nuevas lunas, los sábados, el convocar asamblea, vuestras solemnidades, aborrecida tienen mi alma, son gravosas, cansado estoy de llevarlas”? Pero ¿es solamente por boca de Isaías que Dios habla así? Busquemos aún más antiguamente y veamos cómo Dios reprende al Rey Saúl por boca del profeta Samuel, por causa de Amalec (Primera Samuel, cap. 15, vrs. 22 y 23), dice así: “Y Samuel dijo: ¿Tiene Jehová tanto contentamiento con los holocaustos y víctimas como obedecer a la palabra de Jehová? Ciertamente, el obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros: porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría el infringir. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, Él también te ha desechado para que no seas Rey”.
De este pasaje, voy a recalcar donde dice: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que el sebo de los carneros”.
También David en el Salmo 40, dice algo al respecto: vr. 6 hasta el vr. 10: “Sacrificio y presente no te agrada; has abierto mis oídos. Holocausto y expiación no has demandado. Entonces dije: He aquí vengo; en el envoltorio del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado; y tu ley está en medio de mis entrañas. Anunciado he justicia en grande Congregación; he aquí no detuve mis labios, Jehová, tú lo sabes. No encubrí tu justicia dentro de mi corazón. Tu verdad y tu Salvación he dicho. No oculté tu misericordia y tu verdad en grande concurso”.
De este Salmo de David, recalcaré algunos pasajes: ¿Por qué dice: “has abierto mis oídos”? ¿De quién estaba escrito en el envoltorio o cabecera del libro? ¿Quién anunció la Salvación de Jehová, y no ocultó su misericordia y verdad en grande concurso?
El Salmo 50, dando también a entender Jehová que no reclamaría más sacrificio ni holocausto de animales, leemos en el vr. 12, así: “Si yo tuviese hambre no te lo diría a ti. Porque mío es el mundo y su plenitud. ¿Tengo yo de comer carne de toros, o beber sangre de machos cabríos? Sacrifica a Dios alabanza y paga tus votos al Altísimo. E invócame en el día de la angustia: Te libraré y tú me honrarás”.