El Camino Hacia la Inmortalidad

Libro "La Biblia Aclarada", Cap. 12, Tomo 1

Narración: Hno. Mauricio Genolet

Ahora, creo, hemos preparado con las predicaciones anteriores, el camino hacia la inmortalidad, que es el camino hacia el Reino de Dios, entonces convenimos con nuestro razonamiento inspirado de Dios, mediante la guía del Espíritu Santo, que todo aquí en la tierra ha sido una sombra y bosquejo de lo porvenir, como dice el Apóstol. Y que hasta la misma criatura pasa a la inmortalidad con un cuerpo incorruptible y confirmamos una vez más la guía espiritual de Dios a San Pablo, cuando presentaba el primer Adam y el Segundo.

El primero era de la tierra, por eso leemos: “Y el polvo se torne a la tierra, como era, y el espíritu se vuelva a Dios que lo dio.” (Eclesiastés, cap. 12, vr. 7).

Mientras que el Segundo es del cielo, por eso no olvidemos su nacimiento por virtud del Espíritu Santo.

Ahora, dice San Pablo: “cual el terreno, tales también los terrenos; y cual el celestial, tales también los celestiales.” Ahora bien, para pasar de mortales a inmortales, aclaro que yo hablo de la inmortalidad positiva, que es la misma que hablaba San Pablo, porque entre inmortalidad hay inmortalidad. Por eso está escrito: “los que duermen”, quiere decir que si duermen, no están muertos. ¿No es así? Así es que en la Biblia hallamos escrito varias veces, los que duermen, que muchos diríamos los muertos, pero no estaría bien dicho: tenemos que aceptar como está escrito, los que duermen, porque el polvo se volvió a la tierra y el Espíritu a Dios que lo dio. (Eclesiastés, cap. 12, vr. 7). Para que se cumpla la visión del profeta Ezequiel, cap. 37, la visión de los huesos secos. Ahora bien, aunque dice Jehová al profeta que esos huesos “eran la casa de Israel”, nosotros decimos: si la casa de Dios se había vuelto huesos secos, más secos aun estábamos todos los gentiles, como dice San Pablo, “lejos de la República de Israel” (Efesios, cap. 2, vr. 12), que quiere decir lejos de toda esperanza de salvación, pero gracias a la intervención de Nuestro Señor Jesucristo, hemos podido salir victoriosos en esta gloriosa Obra de Amor. Quiere decir entonces que toma doble valor dicha profecía, porque, como está escrito, “ninguna carne por la ley se justificará.” Por lo tanto, así judíos como gentiles, tenemos que buscar el camino, no de la ley sino de la gracia. Porque solamente mediante la gracia, los huesos secos pueden tornar a vivir. Por eso dijo Nuestro Señor Jesús a Nicodemo, príncipe de los judíos (San Juan, cap. 3, vr. 5): “Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer otra vez. El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo, y díjole: ¿Cómo puede esto hacerse? Respondió Jesús, y díjole: Tú eres el maestro de Israel ¿y no sabes esto? De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenas, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?

Esta conversación de Nuestro Señor Jesús nos aclara la vista y el entendimiento en cuanto a la primera resurrección; la segunda muerte no tiene parte con éstos. Quiero decir, la suma importancia que ha tenido el bautismo ordenado por Nuestro Señor Jesús, que ha significado morir con Cristo y renacer una nueva criatura para Cristo Jesús. Eso es el nacer del agua; y del Espíritu, es el Consolador, la promesa que viene de Dios desde el tiempo del profeta Joel, y anunciado también por Nuestro Salvador.

Cumpliéndose desde el Día de Pentecostés en adelante hasta nuestros días de acuerdo a la profecía. Así que, de este modo, mediante la maravillosa Obra Evangélica de Nuestro Señor Jesucristo, los huesos secos que creyeron, vivieron. Porque tenemos que razonar. Si no fuese por Cristo, por su Santo Evangelio, por su Santo Bautismo, ¿cómo nos podíamos allegar a Dios? ¿Si el único pueblo que tenía la Ley de Dios antes de Cristo eran solamente los Israelitas? Vino por lo tanto para nosotros, los Cristianos, el renacer que dijo Cristo, por agua y Espíritu. Ahora, la profecía de Ezequiel sobre los huesos secos, toma doble valor como profecía; hablando del Juicio final y de los que actualmente duermen, o para que ustedes entiendan, diré, de los muertos. Porque, como ya hemos citado en las predicaciones anteriores, a la final trompeta, los muertos se levantarán con un cuerpo incorruptible, prontos, por lo tanto, los hijos de Dios, para ir a reinar con la Santa Trinidad. (Gloria a Dios).

Entonces, les vuelvo a aclarar qué dice la Biblia y decimos nosotros, aceptando con todo entendimiento el dicho de los que duermen. Porque creemos y tenemos fe, que Dios es poderoso para llamar a sus hijos todos, en la postrera Resurrección, y darle a cada uno su premio, su galardón, conforme a la grandeza de su misericordia y de su infinita bondad. Mientras tanto, descansan bajo el altar de Cristo, como leemos en Apocalipsis, cap. 6, vr. 9, que dice:

Y cuando él abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían sido muertos por la palabra de Dios y por el testimonio que ellos tenían. Y clamaban en alta voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre de los que moran en la tierra? Y les fueron dadas sendas ropas blancas, y fueles dicho que reposasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completaran sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos.”

Así que aceptamos que duermen, por la esperanza y fe viva que tenemos en la vida eterna. (Gloria a Dios).

Ahora, estas cosas sagradas, no se pueden comprar ni vender, estas cosas sagradas han tenido y tienen un solo precio, la sangre preciosa que Cristo desparramó en la cruz por amor de todos nosotros. Porque hemos sido comprados, pero no con oro ni con plata, comprados con la preciosa sangre que Cristo por nosotros vertió. (Gloria a Dios).

Quiera Dios que todos reconozcamos el sacrificio de Aquel que ahora está sentado para siempre a la diestra de Dios en los cielos; el cual intercede por nosotros al Padre Eterno, siendo Nuestro Sumo Pontífice que nos sacó del fango y del error, y para llevarnos por el sendero de la luz hacia el Trono de amor. Solamente así, con una purificación que sólo viene de Dios, con una Obra completamente espiritual, ordenada y dirigida del Trino Triunfal, podía y puede, la criatura humana convertirse en aquella hermosa criatura inmortal, a semejanza de Dios, como sus ángeles, porque, ¿quién puede hacer esta Obra sino sólo Dios? A Él sea gloria y honra por todos los siglos. Es necesario, para que alcancemos tanta gloria, que hagamos Obras dignas de Hijos de Dios; es necesario que guardemos sus mandamientos, que hagamos su voluntad, como está escrito en la Santa Biblia. Porque a Dios no lo podemos engañar, antes, como está escrito: “No os engañéis: Dios no puede ser burlado: que todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.”

No nos olvidemos de aquel mandamiento grande: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” También dice el profeta Isaías, (cap. 35, vr. 8): “No pasará por él inmundo”, y en Apocalipsis 21, vr. 27, dice: “No entrará en ella ninguna cosa sucia, o que hace abominación y mentira; sino solamente los que están escritos en el libro de la vida del Cordero.” Esto nos recuerda las predicaciones anteriores donde hablamos del reposo, y entonces nos conviene recordar Pablo a los Hebreos, cap. 4, vr. 3: “Como juré en mi ira, no entrarán en mi reposo.” ¿Cuál es el reposo? Gracias a Dios hemos llegado con el entendimiento a alcanzar cuál era su reposo y dónde estaba: ahora creo que ya todos lo vemos claro, no era aquí ni allí. Era allá arriba en el Trono de Dios; era la Santa Ciudad, o sea, en la Jerusalém Nueva, la Jerusalém que no ha sido hollada, que no ha sido pisoteada ni burlada de nadie, la Jerusalém Eterna. (Gloria a Dios).

Alcemos nuestras cabezas, miremos hacia arriba donde está Cristo a la diestra de Dios. Veamos cómo describe San Juan el Teólogo el lugar del reposo. (Apocalipsis 21, vr. 2): “Y yo Juan, vi la santa ciudad, Jerusalém nueva, que descendía del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos. Y limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y la muerte no será más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor: porque las primeras cosas son pasadas. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y díjome: Hecho es. Yo soy Alpha y Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré de la fuente del agua de vida gratuitamente. El que venciere, poseerá todas las cosas; y yo seré su Dios, y él será mi hijo.” (Vr. 10) “Y llevóme en Espíritu a un grande y alto monte, y me mostró la grande ciudad santa de Jerusalém, que descendía del cielo de Dios, teniendo la claridad de Dios: y su luz era semejante a una piedra preciosísima, como piedra de jaspe”, “mas la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio.” (Vr. 22) “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. Y la ciudad no tenía necesidad de sol, ni de luna, para que resplandezcan en ella: porque la claridad de Dios la iluminó, y el Cordero era su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán en la lumbre de ella: y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Y sus puertas nunca serán cerradas de día, porque allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella.” (Gloria a Dios). Esa es, hermanos, la Santa Ciudad: allí está el Trono de Dios, el reposo eterno, y allí iremos transformados como ángeles de Dios; al Dios solo sabio sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.

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