En la predicación anterior, decíamos que era bueno tener una base sólida, y a eso vamos otra vez, como lo es necesario personalmente que se tenga buena base; con más razón una doctrina. Tomando de la Santa Biblia, vemos que el Pueblo de Israel tenía como base a Dios, Jehová de los Ejércitos, el Dios que habló con Abraham, Isaac y Jacob, este último fue el padre de los doce príncipes que fueron cabeza de las doce tribus de Israel. (Números, cap. 1, vr. 16. Números, cap. 7, vr. 2).
Esta Obra de Dios, se desarrolló a través de los siglos, porque, como vemos, empezó por un hombre; por un hombre, digo, porque a Abraham dijo (Génesis, cap. 12, vr 2):
“Y haré de ti una nación grande, y bendecirte he, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.”
Así Dios bendijo esta simiente, y se cumplió su santa palabra, hasta llegar a la Era Cristiana, donde Nuestro Señor Jesucristo no fue entendido por la mayor parte del Pueblo de Israel, pero, como ya hemos citado anteriormente, donde dice: “¿Han tropezado para que cayesen?” En ninguna manera, mas por el tropiezo de ellos, vino la salud a los Gentiles, para que fuesen provocados a celos. Nuestro Señor Jesucristo, como así los profetas del Viejo Testamento que hablaron de Cristo, o sea del Mesías, no fueron comprendidos en su lenguaje espiritual.
En la segunda predicación de esta serie, les hablé por dónde vino la confusión a Israel, porque mientras atendían a la profecía de Malaquías, entraba en vigor la profecía de Isaías. Pero, dejemos por ahora esa parte, y pasemos más directamente a la parte que toca a Nuestro Señor Jesucristo. Presentándose Nuestro Señor en la tierra, en la forma que ya todos, creo, conocemos pero que hasta hoy es confusión para toda una gran Nación, de lo que se ve bien claro que las profecías no son de particular interpretación. Como está escrito (Habacuc, cap. 2, vr. 2): “Y Jehová me respondió y dijo: Escribe la visión y declárala en tablas, para que corra el que leyere en ella.”
Quiere decir que el que lee, pase sin entenderla, pero, por otra parte dice: “entenderán los entendidos.”
Como les decía, presentándose Jesús en forma de hombre, habiendo nacido por virtud del Espíritu Santo, como lo describen los santos Evangelios, llegada la hora, Nuestro Señor empezó su predicación y la confirmación de su palabra mediante los milagros que hacía, por lo que leemos en San Marcos, cap. 1, vrs. 27 y 28, que dicen: “Y estos se maravillaron de tal manera, que inquirían entre sí diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta, que con potestad aun a los espíritus inmundos manda, y le obedecen?”
“Y vino luego su fama por toda la provincia alrededor de Galilea.” Pero lo de Cristo, no era nuevo ni viejo, era lo que tocaba en su hora, a través de los siglos.
Habló, pues, Jesús con potestad y sabiduría de Dios, y profetizó, habló grandezas, misterios, por eso dijo (San Juan, cap. 3, vr. 12): “Si os he dicho cosas terrenas y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?”
En medio de la lucha y oposición, Nuestro Señor afirmó su doctrina, eligiendo doce apóstoles, sellando luego el Nuevo Testamento con su preciosa sangre que desparramó en la cruz, para ser así, espectáculo de amor, en el cielo a los ángeles, y a los hombres en la tierra. Resucitando al tercer día (Hechos, cap. 1, vr. 3), apareciéndose por cuarenta días a sus discípulos, dándoles los últimos mandamientos y autorizando a sus apóstoles a la predicación, como dice en San Marcos 16, vr. 14 hasta terminar, que dice: “Finalmente se apareció a los once mismos, estando sentados a la mesa, y censuróles su incredulidad y dureza de corazón, que no hubiesen creído a los que le habían visto resucitado. Y les dijo: Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creyeren: en mi nombre echarán fuera demonios, hablarán nuevas lenguas, quitarán serpientes, y si bebieren cosas mortíferas, no les dañará; sobre los enfermos pondrán sus manos y sanarán. Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba, en el cielo, y sentóse a la diestra de Dios. Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, obrando con ellos el Señor, y confirmando la palabra con las señales que se seguían. Amén.”
Vemos en todo esto, lo maravilloso y estupendo del Nuevo Testamento, para que se cumpla el dicho de San Pablo, 2da. Corintios, cap. 3, vr. 7, que dice: “Y si el ministerio de muerte en la letra, grabado en piedras, fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudiesen poner los ojos en la faz de Moisés, a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, ¿Cómo no será más bien con gloria el ministerio del Espíritu?”
Ahora veamos que el apóstol habla del Ministerio del Espíritu, así que el ministerio de la letra fue el del Monte Sinaí, con las Tablas de la Ley; el Ministerio de Cristo fue el de la gracia, porque no olvidemos que el primero era: “diente por diente y ojo por ojo”, pero Cristo dijo: “misericordia quiero, y no sacrificio”, porque Él sólo se ofreció en sacrificio vivo, santo, ofreciéndose una vez sola, para remisión de pecados, a todo aquel que cree, porque como está escrito (San Pablo a los Hebreos, cap. 9): “Tenía empero también el primer pacto reglamentos del culto, y santuario mundano. Porque el tabernáculo fue hecho: el primero en que estaban las lámparas y la mesa, y los panes de la proposición, lo que llaman el Santuario. Tras el segundo velo estaba el tabernáculo, que llaman el Lugar Santísimo; el cual tenía un incensario de oro, y el Arca del Pacto cubierta de todas partes, alrededor de oro; en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, y la vara de Arón que reverdeció, y las tablas del pacto; y sobre ella los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio; de las cuales cosas no se puede ahora hablar en particular. Y estas cosas así ordenadas, en el primer tabernáculo siempre entraban los sacerdotes para hacer los oficios del culto; mas en el segundo, sólo el Pontífice, una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo, y por los pecados de ignorancia del pueblo: dando en esto a entender el Espíritu Santo, que aún no estaba descubierto el camino para el santuario, entre tanto que el primer tabernáculo estuviese en pie. Lo cual era figura de aquel tiempo presente, en el cual se ofrecían presentes y sacrificios que no podían hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que servía con ellos. Consistiendo en viandas y bebidas, y en diversos lavamientos y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de la corrección. Mas estando ya presente Cristo, Pontífice de los bienes que habían de venir, por el más amplio y más perfecto tabernáculo no hecho de manos, es, a saber, no de esta creación; y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, mas por su propia sangre, entró una sola vez en el santuario, habiendo obtenido eterna Redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y la ceniza de la becerra rociada a los inmundos, santifica para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual, por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo, sin mancha a Dios, limpiará vuestra conciencia de las obras de muerte para que sirváis al Dios Vivo?”
“Así que, por eso, es mediador del Nuevo Testamento, para que interviniendo muerte para la remisión de las rebeliones que había bajo del Primer Testamento, los que son llamados, reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, necesario es que intervenga muerte del testador. Porque el testamento, con la muerte es confirmado; de otra manera no es válido, entre tanto que el testador vive. De donde vino que ni aun el primero fue consagrado sin sangre. Porque habiendo leído Moisés todos los mandamientos de la Ley a todo el Pueblo, tomando la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua y lana de grana e hisopo, roció al mismo libro y también a todo el pueblo, diciendo (Éxodo, cap. 24, vr. 8): “Esta es la sangre del testamento que Dios os ha mandado.” “Y además de esto, roció también con la sangre el Tabernáculo y todos los vasos del Ministerio. Y casi todo es purificado según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre, no se hace remisión. Fue pues necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen purificadas con estas cosas; empero las mismas cosas celestiales, con mejores sacrificios que éstos. Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora por nosotros, en la presencia de Dios. Y no para ofrecerse muchas veces a sí mismo, como entra el Pontífice en el santuario, cada año, con sangre ajena. De otra manera fuera necesario que hubiera padecido muchas veces desde el principio del mundo; mas ahora una vez en la consumación de los siglos, para deshacimiento del pecado, se presentó por el sacrificio de sí mismo. Y de la manera que está establecido a los hombres que mueran una vez, y después el Juicio.”
“Así también Cristo fue ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos, y la segunda vez sin pecado será visto de los que le esperan para salud.” Así pues, que tenemos bien detallado lo que es sombra y bosquejo del Viejo Testamento, unido al Nuevo Testamento, maravillosamente por el Trío Triunfal. Así que la Biblia, en nada se desdice, si es que la sabemos interpretar, pero eso es claro, solamente con la gracia de Dios. Y como decía al principio, tenemos entonces el Ministerio de la Letra, el Ministerio de la Gracia y el Ministerio del Espíritu. Porque son Tres Personas Divinas y un solo Dios. Así que ahora no solamente estamos en el reinado de la gracia, pero estamos directamente bajo el reinado del Espíritu Santo, por eso hablo a los creyentes y a los que en verdad estamos bajo la guía del Espíritu Santo. Así que, volviendo al comienzo, vemos a Israel con Jehová y los doce príncipes, cabeza de las doce Tribus, esto es el Viejo Testamento.
Ahora tenemos el Nuevo Testamento, con Cristo y sus doce Apóstoles, base y llave del Reino de Dios.
Porque, aunque está primero, al parecer, el Pueblo de Israel, leemos en Efesios, cap. 2, vr. 20 hasta terminar, que dice: “Edificados sobre el fundamento de los Apóstoles, y profetas, siendo la principal Piedra del ángulo, Jesucristo mismo, en el cual, compaginado todo el edificio, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en el cual vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en Espíritu.” Porque de Israel, respecto a la Nueva Jerusalem, leemos en Apocalipsis, cap. 21, vrs. 12 y 21, así: “Y tenía un muro grande y alto, con doce puertas y en las puertas doce ángeles, y nombres escritos, que son los de las doce tribus de Israel.”
“Y las doce puertas eran doce perlas, en cada una, una, cada puerta era una perla.”
“Y la puerta de la ciudad era de oro puro como vidrio transparente.” Solamente nos queda ahora la Tercera Persona Divina, que es el Consolador, o sea, el Espíritu Santo. Porque si en la Obra primera tenemos los doce patriarcas, y en la Segunda los doce Apóstoles, no podían en la Obra Tercera faltar, pues ya estaba escrito, sobre los sumos Apóstoles. Ahora yo les pregunto:
¿Cuáles son los sumos Apóstoles? ¿Dónde están?