Comenzaré mi conferencia evangélica, explicando al mundo nuestro comienzo en tal gloriosa Obra.
Yo, Alfredo Porrati, nací estando ya mis padres y abuelos convertidos al Evangelio.
Amando y estudiando la Biblia, y trabajando a la vez para ganarnos el pan honestamente, conforme dicen las Sagradas Escrituras, pudiendo esto demostrarlo en cualquier momento mediante documentos en mi poder.
Pasaron así los años como creyentes evangélicos hasta el año 1933, donde la revelación de Dios, por gracia de Nuestro Señor Jesucristo, mediante la guía del Espíritu Santo, llegó hasta nosotros; revelación que toda persona que ha leído la Santa Biblia con atención y dedicación, no puede ignorar, pues desde el Génesis hasta Malaquías, y desde San Mateo al Apocalipsis, confirman las revelaciones de la Santa Trinidad, mediante sueños, visiones y revelaciones, y como lo dice el Apóstol Pedro, en los Hechos de los Apóstoles, cap. 2, vr. 16 hasta el 21, citando en su discurso, la profecía de Joel, que dice:
“Mas esto es lo que fue dicho por el profeta Joel: Y será en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; y vuestros mancebos verán visiones, y vuestros viejos soñarán sueños.
Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas, en aquellos días derramaré de mi Espíritu y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo.
El sol se volverá en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto. Y será que todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”.
Así, en esta forma bíblica, y confirmada por el Viejo y Nuevo Testamento, llegaron las revelaciones de Dios hasta nosotros.
En 1933, nos encontrábamos en Gualeguaychú, Entre Ríos, República Argentina. Donde llegó la orden de la Santa Trinidad, mediante la revelación por el Espíritu Santo, de dejar de ser solamente creyentes, para pasar a formar el Escuadrón del Pueblo Santo, que cita la profecía de Daniel, capítulo 12.
Recibiendo de mi papá, Juan Porrati, la unción de Dios de Elías, como lo cita el profeta Malaquías, cap. 4, vrs. 5 y 6, que dice:
“He aquí yo os envío a Elías el profeta, antes que venga el día de Jehová grande y terrible.
Él convertirá el corazón de los padres a los hijos y de los hijos a los padres: no sea que yo venga, y con destrucción hiera la tierra.”
Con ese mandamiento y unción de Dios, se empezó la formación del Escuadrón del Pueblo Santo, formado por la Asamblea Cristiana Reunidos en el Nombre de Jesús, dirigida por el Ministro Juan Porrati, y Segundo Ministro Alfredo Porrati, este último con la unción de Dios de Eliseo.
Esta unción y forma de pasar al frente de un pueblo de Dios, está perfectamente de acuerdo con toda la Santa Biblia.
Desde el Génesis, cap. 17, vr. 4, encontramos a Abraham, puesto al frente de muchedumbres de gentes; a Isaac le fue dicho, según Génesis 26, vr. 24:
“Yo soy el Dios de Abraham tu padre: no temas, que yo soy contigo, y yo te bendeciré, y multiplicaré tu simiente por amor de Abraham mi siervo.”
A Jacob le fue dicho, según Génesis, cap. 32, vr. 28:
“No será más tu nombre Jacob, sino Israel: porque has peleado con Dios y con los hombres, y has vencido.”
A Moisés le fue dicho en Horeb, Monte de Dios, Éxodo, cap. 3, vr. 10:
“Ven por tanto ahora, y enviarte he a Faraón, para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto.”
Y así sucesivamente encontramos a Josué, hijo de Nun, que le fue dicho de Jehová:
“Esfuérzate y sé valiente: porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra, de la cual juré a sus padres que la daría a ellos.”
Encontramos a Gedeón, Jueces, cap. 6, vrs. 12 y 14, y al ángel de Jehová, diciéndole:
“Jehová es contigo, varón esforzado.”
Vuelve Jehová a decirle:
“Ve con esta tu fortaleza, y salvarás a Israel de la mano de los Madianitas. ¿No te envío yo?”
No puedo dejar de citar en este caso a David, que dejó de apacentar las ovejas de su padre en Beth-lehem, 1ª Samuel, cap. 17, vr. 15, para recibir la unción de Dios por mano del profeta Samuel. (1ª Samuel, cap. 16, vrs. 11, 12 y 13).
Ahora, dejando el Viejo Testamento, encontramos en el Nuevo, que Nuestro Señor Jesucristo eligió doce Apóstoles, y leemos en San Mateo, cap. 4, vrs. del 18 al 22, que dice:
“Y andando Jesús junto a la mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, que es llamado Pedro, y Andrés, su hermano, que echaban la red en la mar; porque eran pescadores. Y díceles: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.”
“Ellos, entonces, dejando luego las redes, le siguieron. Y pasando de allí vio otros dos hermanos, Jacobo, hijo de Zebedeo, y Juan, su hermano, en el barco con Zebedeo, su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Y ellos, dejando luego el barco y a su padre, le siguieron.”
Quiero demostrar con estas ilustraciones, que la unción viene de Dios, y no de los hombres, porque como leemos en los Hechos, cap. 4, vr. 13, que dice:
“Entonces, viendo la constancia de Pedro y de Juan, sabido que eran hombres sin letras e ignorantes, se maravillaban; y les conocían que habían estado con Jesús.”
De ahí la gloria de San Pablo, cuando decía: (Gálatas, cap. 11, vr. 1): “Pablo, apóstol, no de los hombres ni por hombre, mas por Jesucristo y por Dios el Padre, que lo resucitó de los muertos.”
Y el dicho de Jesús en el Evangelio según San Lucas, cap. 10, vr. 21, que dice:
“En aquella misma hora Jesús se alegró en espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños: así Padre, porque así te agradó”.
Ilustrado ya bíblicamente por varios puntos citados, vemos que Dios habló con los hombres, en sus distintos tiempos, para salvar a su pueblo, para dar cumplimiento a profecías anteriores, para hacer manifiesta su Santa y Divina voluntad.
Ahora, en cuanto lo que toca a nosotros, como Ministros Evangélicos, aclaramos que esta Obra de Dios que llevamos, no es una Obra nueva ni vieja, es lo que toca en su hora.
Algunos han dicho que es una religión inventada; es claro que sería mejor ni citar esos dichos, porque solamente personas que ignoran, o que quieren hacer como que ignoran la base de nuestro culto y de nuestra fe, pueden hablar así, pero si en verdad ignoran, ¿cómo pueden hablar de lo que no conocen?
Por otra parte, demuestran esas personas, que ningún conocimiento bíblico tienen.
¿Diremos entonces que la Obra de Dios empezó el año 1933? No, aclaremos, para no dar lugar a torcer las cosas de Dios.
Esta es la Obra de Dios que viene en cadena, como está escrito, Eclesiastés, cap. 12, vr. 6:
“Antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo.”
Les decía, es la Obra de Dios, que viene en cadena.
Podemos decir entonces claramente que esta es la Obra de la Santa Trinidad, que empezó con el Génesis, cap. 1, vr. 1, que dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”
Esta no es una religión nueva, no es una Obra inventada, es la Obra de Dios que viene desde la Creación. Los creyentes en Dios, en Cristo, en el Espíritu Santo, ¿podemos ignorar que hay profecías?
¿Qué dijo Jesús según San Marcos, cap. 13, vrs. 26 y 27? “Y entonces verán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes con mucha potestad y gloria. Y entonces enviará sus ángeles y juntará sus escogidos de los cuatro vientos, desde el cabo de la tierra hasta el cabo del cielo.”
¿No les parece ésta, una hermosa profecía del Hijo de Dios? Cuando esto acontezca, ¿será una cosa nueva? ¿O será lo que toca en su hora? ¿Para qué se escribieron las profecías, si no se les da el valor merecido?
Bien dijo el Profeta Daniel en su libro, cap. 12, vr. 3:
“Y los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan a justicia la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad.”
¿Por qué nombramos la Santa Trinidad?
“¿Hay enemistad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo?”, dijo Nuestro Señor en el Evangelio según San Mateo, cap. 13, vr. 33. Otra parábola les dijo: “El Reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo quedó leudo.” ¿Qué quiere decir esa parábola de Nuestro Señor? Quiere decir entonces que la Obra de Dios está escondida en secretos y misterios.
Por eso dijo el Apóstol, (1ª Corintios, cap. 13, vrs. 9 y 10): “Porque en parte conocemos y en parte profetizamos.”
San Pablo dice en 1ª Corintios, cap. 2, empezando del vr. 6 hasta terminar el capítulo: “Empero hablamos sabiduría entre perfectos, y sabiduría, no de este siglo ni de los príncipes de este siglo que se deshacen.
Mas hablamos sabiduría de Dios en misterios, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria.
La que ninguno de los príncipes de este siglo conoció, porque si la hubieran conocido, no hubieran crucificado al Señor de Gloria.
Antes, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para aquellos que le aman.
Empero Dios nos lo reveló a nosotros por el Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.
Porque, ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?
Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.
Y nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu que es de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado.
Lo cual también hablamos, no con doctas palabras de humana sabiduría, mas con doctrina del Espíritu, acomodando lo Espiritual a lo Espiritual.”
San Pablo confirma entonces claramente todo lo ya citado, porque dice: “Mas hablamos sabiduría de Dios en misterios, la sabiduría oculta”; corresponde entonces perfectamente a la parábola de Cristo de las tres medidas de harina.
Bien decimos entonces nosotros, que Dios no está dividido, o, mejor dicho, que no hay discordia en la Santa Trinidad, más antes, trabajan en un orden perfecto.
¿Por qué el reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo quedó leudo?
¿Quién era la mujer?
¿De qué levadura hablaba el Señor?
¿Por qué escondía en tres medidas de harina?
¿Por qué no fueron más de tres las medidas, o menos cantidad?
¿Por qué escondió hasta que todo quedara leudo?
Si algunas personas ignoran el misterio de Dios, nosotros no tenemos culpa alguna.
Si otras personas no quieren creer, nada se les puede imponer.
Pero nosotros hablamos sabiduría de Dios, acomodando lo espiritual a lo espiritual.
Porque, como dice San Lucas en el cap. 1 de su libro, vr. 1 hasta el 4, dirigiéndose a Teófilo, que dice:
“Habiendo muchos tentado a poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas. Como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron por sus ojos, y fueron ministros de la palabra. Me ha parecido también a mí, después de haber entendido todas las cosas desde el principio con diligencia, escribírtelas por orden, oh, muy buen Teófilo. Para que conozcas la verdad de las cosas en las cuales has sido enseñado.”
Exactamente, como San Lucas, nos gusta también a nosotros poner en orden las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas.
Porque, como les decía, en 1933 empezó lo que nos toca a nosotros como personajes bíblicos, que es el Don de Dios de Elías, según Malaquías; De Eliseo, según 1ª Reyes, capítulo 19, vrs. 15 y 16, para poder formar así el Escuadrón del Pueblo Santo, que dice el profeta Daniel.
Si la unción de Dios no hubiere venido sobre nosotros, de ninguna manera hubiésemos podido formar un pueblo bíblico, entendido, sabio y apercibido como las cinco Vírgenes Prudentes, que, velando, esperan al esposo.
En veintiún años que llevamos al frente de esta gloriosa Obra de Dios, pueden dar testimonio todos los creyentes si tenemos unción de Dios, si o no.
Nuestros dichos y hechos dan testimonio de nosotros, como ministros de Dios.
Por otra parte, está el testimonio claro y a la vista de todos, de la forma que hemos sido atacados injustamente, con toda clase de mentiras y calumnias, para que se cumpliese en nosotros el dicho de Jesús según San Mateo, cap. 5, vr. 11, que dice:
“Bienaventurados sois cuando os vituperaren y os persiguieren y dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo.
Gozaos y alegraos, porque vuestra merced es grande en los cielos, que así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.”